miércoles, 5 de septiembre de 2012

-- La ilustre paciente --


-Háblame, ¿porqué estás aquí?

 -¿Cómo quieres que te de una explicación de algo que jamás entenderás? Más aún cuando no estoy aquí por voluntad propia, sino por estricto empeño de mis progenitores. Qué pretendes, que nada sabes, que nada entiendes más allá de ese título de psiquiatra que cuelga en tu pared. ¡No quiero estar aquí!, por lo menos de eso te darás cuenta. No quiero que me utilices como trabajo de campo para tu nuevo estudio sobre “perversiones sexuales adolescentes”, hace ya tiempo que me cansé de ser un conejillo de indias. Por donde empezar: carencias afectivas en la infancia, abusos varios, vejaciones desencadenantes de un desdoblamiento entre el dolor y el deseo... O de cómo creé un estandarte del daño corporal como placer. Ahora dime tú lo que te pone: ¿cómo te masturbas?, ¿utilizas artilugios?, ¿fotos de menores de edad?, ¿te excitas viendo a una mujer embarazada?, o ¿atada? Cuéntame cómo practicas el misionero con tu esposa en vuestro aniversario y en fiestas de guardar, o cuando vences las ganas de ir a un prostíbulo y follar salvajemente con una profesional.

 -No desvíes la conversación pequeña, estamos aquí para hablar de ti.

 -¡De mí!, qué desfachatez, estoy mucho más capacitada que tú para dar este tipo de terapia, por lo menos yo ya la he experimentado. En el fondo me das pena, jamás alcanzarás un orgasmo de verdad porque te han educado para que nunca metas nada en tu ano. Te excita como recorro con mi lengua los labios, como abro y cierro las piernas para enseñarte los secretos que escondo bajo mi minifalda. Y, por cierto, esta tela, que tanto llama tu atención y enciende tus sentidos, es vinilo.