lunes, 5 de noviembre de 2012

All about Eva

Esa noche Eva puso especial cuidado al elegir su ropa. Quería que expresase un mensaje claro: llegaremos donde tú quieras, pero vas a tener que llevarme de la mano. Se depiló y exfolió, poniendo especial cuidado en la entrepierna. Luego se esparció crema hidratante por su cuerpo, mientras delante del espejo jugaba sensualmente con su reflejo.

Los nervios de esa primera cita le transportaron de vuelta a la adolescencia, cuando aún le importaban este tipo de cosas. Luego llegó la cocaína y las noches de pista de baile con luz de neón y camas sin actividad. Las personas adictas no quieren sexo, sólo esnifan hasta el extremo porque saben que después no serán capaces ni de follar. Pero esos tiempos ya quedaron atrás, en esta ocasión, el objetivo no era la danza extrasensorial, sino algo tan banal como una cena lo que no podía gestionar. La impaciencia por la llegada del momento, la conversación, la comida, el vino… el postre, eran cosas que escapaban a su control. Se sentía como una espectadora pasiva de su propia vida. Ni siquiera la primera vez que practicó la prostitución se sintió tan inquieta. Allí sólo se trató de interpretar un papel que había ensayado mil veces en su mente. “El sexo heterosexual es tan previsible”, repetía siempre. Ahora no, ahora se trata de una cita como las de antaño, era más bien una partida de cartas entre damas decimonónicas, con este toque de romanticismo masoca que sólo empeoraba las cosas.

-¿Qué llevas puesto?, dijo una voz al otro lado del teléfono.
-Hola Katy, aún estoy desnuda, contestó.
-Recuerda llevar tacones de aguja, creo que al parecer le encantan.
-No sé si estoy preparada, expresó con una voz apagada.
-¡Deja de decir tonterías Eva!, recuerda todo lo que hemos hablado, y ..¡date prisa! No debes hacerla esperar. Un beso, te llamo mañana.

Eva se quedó unos segundos escuchando el pitido que venía del otro lado del teléfono, mirando al infinito, mientras en su cabeza se proyectaban cientos de imágenes de mujeres desnudas que se fundían unas con otras creando composiciones entre lo hermoso y lo grotesco. Las había pequeñas con pechos turgentes y fabulosos, mujeres andróginas que no dejaban entrever su género, muñecas manga de ojos de fantasía y grandes mujeres de la historia encorsetadas y dispuestas. Respiró hondo, se armó de valor y se enfundó el atuendo seleccionado que reposaba sobre la cama formando un ser que tenía ropa pero no alma. Se aplicó más perfume entre los senos, antes de cerrar la puerta de casa, y se marchó.

En el taxi de camino al restaurante su teléfono volvió a sonar.
-Hola Ana, ¿qué tal estás?
-¡Que cómo estoy yo!... ¿cómo estás tú?, ¿nerviosilla?
-¡Atacada! No me reconozco guapa, te digo que no me reconozco. -Deja de decir tonterías, va a ser una noche alucinante.
-¿Qué te has puesto?
-El corsé con raya diplomática sobre la camisa de seda blanca y la falda de tubo negra.
-¿Zapatos?
-Los de la boda de Miguel…
-¡Dios! Adoro esos zapatos, sería capaz de lamerlos.
- Ya también son mis preferidos. Buenos Ana guapa te dejo que ya casi he llegado.
-¡A por ella nena!

El taxista no podía apartar la mirada del retrovisor, la imagen de Eva era casi hipnótica. La mezcla perfecta de pasión y respeto. Eva poseía esa belleza descuidada que te hace parecer la mujer más guapa del planeta con ropa casual. Pero hoy se había vestido para la guerra. Un atuendo que provocaba deseo y misterio en esos cincuenta y cinco kilos y 1,65 metros de altura, que ahora con la ayuda de sus impresionantes zapatos casi rondaba el 1,73. Al decir su nombre en la entrada ya la estaban esperando, la guiaron hasta la mejor mesa del local entregándola como una presa en bandeja de plata.

-Buenas noches, ¿Eva verdad?
-Hola, buenas noches, ¿tú eres…?
-Tú puedes llamarme… Adán