lunes, 13 de agosto de 2012


--- Consecuencias ---

Tras mi última aventura por los páramos obscenos de la ciudad he recibido innumerables propuestas de colaboración para próximas visitas. Lo que me lleva a pensar, que esta mierda de blog tiene sentido, ya que comienzo a alterar las conciencias y salpicar los coños con ellas. Y, como dice esa gran máxima, “cada acto tiene sus consecuencias”.

-Me hubiese gustado estar en ese tugurio, escondida en una de esas salas, esperando poder satisfacer tu demanda de sexo, me confesó. Me quedé alucinada, ya que ella no es una persona que diga ese tipo de frases.
-Me halaga, muchas gracias. Quizás lo podamos realizar otro día. Contesté de manera cortés.
-No, ¡tiene que ser ahora! Tu olor ha causado el efecto deseado, y ahora, sólo puedo buscar consuelo en satisfacer tus deseos.
No me dijo ni una palabra más. Me agarró con violencia y me arrojó contra un portal. Para su regocijo el golpe abrió la puerta, y ambas fuimos empujadas a ese lugar siniestro con olor a humedad.  Al entrar pude observar preservativos usados y pañuelos de papel amarillentos en el suelo, maquillando un escenario tan feo como soez. Ni siquiera me dio tiempo a pensar si quería practicar sexo en ese momento y mucho menos en ese decorado. Pero no había opción.
Rápidamente comenzó a besar mi cuello, sin aprobación, sin ningún atisbo de generosidad. Le excitaba el juego de tenerme a su servicio. Así que dócil me dejé manipular al compás de sus impulsos. 
Mordió mis labios y continuó por el cuello y cuando me quise dar cuenta mis pechos estaban al descubierto. Continuó estrechándolos un largo rato, mientras yo hacía las paces entre la pasión y el deseo. Quería colaborar, intenté tocarla, pero eso la enfureció y ató mis manos con el pañuelo que adornaba su cuello.
Mientras su voz carnal me susurraba al oído:
-Quietecita, aquí mando yo. No puedes tocarme. Ni siquiera puedes mirarme. Súbitamente empujó mi cara contra la pared a la vez que lamía mi perfil derecho.
Noté como sus manos trajinaban debajo de mi falda. En un alarde de emoción descubrió que llevaba tanga, no sé si le molestó o no le gustó el contacto de la malla, pero consiguió arrancarlo con una sola mano para poder hacerse paso a mi interior.
-Bien, muy bien, expresó con orgullo al sentir cierta humedad entre mis piernas.
Estaba totalmente inmovilizada, presa de esas manos que se introducían con ansiedad en mi sexo.
-¿Y esto qué es?, preguntó con una sonrisa malévola al descubrir mi piercing. Y empezó a juguetear con él de manera brusca.
No pude contener más los gemidos que se agolpaban por salir de mi cuerpo y me entregué una vez más al placer del tribadismo.

Se alegró de que su violencia sobre mi cuerpo trajese el efecto deseado, y ebria de feromonas, comenzó a follarme. Introdujo primero un dedo, pero mi dilatación hacía necesaria sumar más efectivos a la causa. Consiguió dinamitar al peor enemigo del sexo: el raciocinio, y me transformó en su concubina sumisa por media hora. No tardó más en conseguirme, todo fue rápido, pero a la vez meditado y cabal.

Me sentí descolocada, siempre suelo estar en el otro papel, así que aprovechó mi desconcierto perforando con sus dedos mis entrañas. La sentía dentro, tanto cómo para alterar mi voluntad y poco a poco conseguir que mi respiración se multiplicara. 

Ella desarrollaba su propia fantasía, ese impulso de dominación que la había puesto tan cachonda, que no atendía a réplicas ni negociaciones.  No necesitaba nada más de mí, ni besos, ni caricias, ni mentiras; su orgasmo era mucho más mental que corporal. A pesar de su egoísmo me lo hizo muy bien, intento por todos los medios deshacerme… quería ver como me corría. Yo me resistía a su lucha de poder, no quería brindarle un orgasmo. Pero no pude evitarlo, su insistencia y mi adicción a las parafílias hicieron el resto. Y me derretí, empapando todo a su encuentro, de cintura para abajo fui completamente suya.

Al terminar me colocó la falda, cogió los deshechos de mi tanga y se los metió en un bolsillo. Mis piernas temblaban. Ella se limpió la mano en mi cara, devolviéndome lo que era mío. Después me dio un beso en la frente mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa de satisfacción, había dado de comer a su ego. Las fuerzas me fallaron y caí al suelo.
-Te has quedado en una postura muy sexy, dijo al verme. Yo me sentía como una beata en éxtasis a los pies del altar del Santísimo. Totalmente noqueada por el efecto de sus dedos, su actuación, su descaro.
Antes de irse me arrojó un billete de 50 € encima, irónicamente fue a parar sobre uno de mis pechos. Mientras cruzaba la puerta me dijo:
-Toma para que te compres un tanga nuevo. Me lanzó un beso, y se marchó.

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