lunes, 6 de agosto de 2012


Día 2.
Vuelvo a estar aquí, una noche de fin de semana frente al ordenador y, en esta ocasión, más por obligación que por necesidad.
¡Madrid no me ha permitido divertirme!
No estoy enfadada por no salir hoy, un sábado de agosto, pero me apetecía tomar una cerveza en un decorado especial antes de regresar a casa y no ha sido posible.
Balance de la noche sobre nuevas experiencias: totalmente negativo.

21:50 Esperaba el autobús de vuelta a casa después del trabajo, aunque en el fondo sabía que era demasiado pronto, ni siquiera las princesas de los cuentos habían regresado todavía. Unos minutos después, comencé a impacientarme. No podía desperdiciar la oportunidad de tener a lxs visitantes extranjerxs del afamado barrio sexual de la ciudad a mi entera disposición. Y así fue como el raciocinio se mudó de la cabeza a la entrepierna.

Rondaba, desde hace días, por mi entusiasmo la idea de conocer un nuevo concepto de club, cruising sin restricción de sexo, género o raza. Su apertura se había publicitado a lo largo de toda la semana. 
No iba ataviada para la ocasión, para quien no lo conozca, el código de vestimenta es muy importante en estos ambientes: un poco de vinilo, cuero o látex nunca es mal recibido. Así que volví al trabajo e intenté hacer maravillas con el atrezzo que siempre guardo en la taquilla. Es importante resaltar que trabajo en la industria del sexo y estos términos son equiparables a los informes, proyectos y demás entes comunes para lxs oficinistas. Cogí un poco de protección de bolsillo: condones, guantes de látex y lubricante, maquillé un poco mi cansancio, me embutí en una falda de vinilo y sustituí mi sujetador por cinta aislante negra en forma de X para los pezones. ¡Mucho mejor! Sexy and Dirty. Completé el modelito con unas feromonas sintéticas, un poco de perfume y un par de afrodisiacos naturales lo que presagiaba una noche movidita.
Quince minutos después ya estaba en la puerta. Como guardianes, el típico portero con cara de no haber aprobado secundaria y una mujer embarazada que disparó todo un repertorio de ilusiones lascivas.
-Buenas noches
-¿Qué quieres?, preguntó secamente.
-Hola, venía a tomar una cerveza.
-Pasa. No se porqué se lo pensó tanto, mi indumentaria era mil veces más fetichista que la de los dos juntos.

El espacio estaba oscuro, muy oscuro, pero pequeños puntos de luz se repartían por la habitación. La decoración a simple vista era impecable, muy cuidada y sensual, a la par que dura. Máscaras antigás del ejército alemán de la II Guerra Mundial, zapatos destrozados de tacón y mucho acero en forma de barrote. Y, también, descubrí una lámpara de mesilla valorada en más de mil euros como adorno circunstancial.
Enseguida comprendí que era un lugar bastante pequeño y busqué recovecos, otras salas tras los muros, pero lo único que hallé, tras una cortina negra, fue una cama de 90 cm de sábanas rojas con una papelera a su lado, que la desposeía de cualquier atisbo de glamour.

Una vez dentro, olfateé como una perra ese nuevo territorio buscando entre la oscuridad a otrxs de mi especie. Era la única. Tras tomar una cerveza a precio de Cardhu, me di cuenta de que ese lugar nunca sería lo que llevábamos tanto tiempo demandando. Desde que prohibieron el acceso al único bar donde podíamos entrar vestidas de domingo para confraternizar con nuestros colegas (masculinos), Chueca dejó de ser queer.

Me sentía como una adolescente de película americana a la que dejan plantada el día del baile de fin de curso con su vestido de tul. Y yo con mi falda extra corta de vinilo.

Así que al final me subí a ese autobús, una hora más tarde. Mucho antes que la Cenicienta hubiese perdido sus tacones de cristal. En cambio, yo calzaba una considerable excitación debido a los estupefacientes (esta vez, 100% naturales).


No hay comentarios:

Publicar un comentario